Creo que su nombre era Karine, y nos dejó bastante precipitación en algunas zonas de la península. Hace años que se le pone nombre a las borrascas, como todos sabemos, y hay personas que critican eso y dicen aquello de “una tormenta de toda la vida”… bueno, si, tormentas ha habido toda la vida. Otro fenómeno que algunos critican, es la DANA… alegando que es “la gota fría de toda la vida”. En ciencia se avanza a diario, porque todos los días, las científicas y científicos trabajan en ello. La medicina también ha evolucionado algo… ¿no? Antes se moría alguien… y yo he llegado a escuchar aquello de: “ha muerto de algo malo”… pues claro… no va a ser de algo bueno. Simplemente, en la actualidad hay bastante más conocimiento y mejores medios. ¿Lo de poner nombre a las borrascas? Me parece una gran idea. A mi no se me olvida que el huracán Katrina fue, indirectamente, el causante de la muerte de Clarence “Gatemouth” Brown… y no vamos a explicar las causas de la desaparición de uno de mis músicos favoritos.
Como últimamente que vamos a Sierra de las Nieves (recordamos que es Parque Nacional), salimos el viernes por la tarde, nos hospedamos en Ronda, comemos algo bueno allí, y así no hay que darse el madrugón el sábado y conducir 350 kms en el mismo día de la ruta. Hay que fraccionar que ya estamos más viejos.
La predicción era esa, borrasca con vientos muy fuertes y probabilidad de lluvia, incluso de nevadas por encima de muchos metros… y se cumplieron las tres.
Sobre las 8:30 de la mañana, habiendo desayunado en El Burgo, ya estábamos caminando, dejando el auto, solitario, en el mirador del Saucillo.
Pasamos puerto Bellina, y se escuchaban bastantes pajarillos. Vimos dos pinzones vulgares… que ya está muy bien. Algún pinsapo caído dificulta el paso, pero la zona boscosa está preciosa… pasamos junto al Picacho, y poco a poco alcanzamos los Ventisqueros… ni que decir que hacían honor a su nombre… y que a esa altitud ya estábamos metidos de lleno en plena condensación. El Peñón de Enamorados ni se veía… y el camino pasa muy cerca. Paramos a tomar café, y nos alcanzó una pareja… los únicos que vimos en toda la mañana por esta vereda… hasta el momento.
Al rato nos cruzamos con un buen grupo de espeleólogos, y soportando un frío y un viento brutal, alcanzamos el cerro de Tolox, el cual bordeamos por el este, en lugar de por la ruta normal. Vimos carámbanos agarrados a la caliza en varias de las oquedades que forman estas preciosas paredes. Escuchamos un pito verde (Picus sharpei), y vimos un acentor alpino (Prunella collaris) muy cercano.
En el cerro de la Plazoleta nos cruzamos y coincidimos con bastantes personas… la visibilidad era muy baja, y vimos a la pareja que nos alcanzó donde el café… se dieron la vuelta a pocos metros de la cumbre debido al fuerte viento. Nosotros continuamos hasta finalizar la ascensión. Esta cumbre es nuestro talismán… nuestro rincón favorito. Comparándonos con Dani, este sería nuestro Penyagolosa… para que se nos entienda.
Por difícil que esté la ascensión, tirar de sensatez no es posible a veces, pues la cumbre te llama… es como el canto de sirenas del que advirtiera Circe a Ulises, y del que Robe hace una interpretación magistral en Viajando por el Interior: “Llega hasta el fondo, mi amor, cantaban las sirenas, átame al palo mayor con cadenas”.
El viento feroz sube ladera arriba, y como consecuencia de la inclinación de la montaña, el flujo de aire sigue ascendiendo, dejando la vertiente opuesta en una especie de vacío… y ahí se estaba estupendamente… sin viento… y al poco de llegar, se fue todo el mundo, quedándonos solos, junto a media docena de acentores.
Bajamos un poco y vimos dos pajarillos que no sabíamos qué eran, mientras comíamos al resguardo del fuerte viento en una oquedad rocosa al este del cerro de Tolox, y al cabo de 3 días vi una foto… y me los recordó: Carbonero garrapinos, con total inseguridad.
Tras la copiosa comida, sabíamos que todo sería una contrarreloj hacia el aparcamiento. Aun así, paramos a recoger algo de basura. Siempre hay algo.
Una jornada enriquecedora donde las haya, y bastante memorable, donde se puso a prueba el material técnico y el cuerpo… donde no hubo tiempo más que para caminar y pensar, donde tensamos de sobra la musculatura esquelética, acción importantísima en nuestras vidas, pero en la que ni siquiera llevamos un pequeño prismático para saborear algo de avifauna… no fue ni rentable ni posible. Viento y condensación provocan momentos inolvidables… sensaciones únicas incluso de euforia.
Hay que, parafraseando a Leize, “paladear el tiempo como una pasión”. Que no te quede una montaña por ascender… o al menos por intentarlo.