Salimos a caminar desde Galaroza, cuando el reloj marcaba más de las 10:30 de la mañana, por un formidable sendero bien marcado, que serpentea por la ribera del Jabugo emboscado entre castaños, robles, pinos… y entre muchas más especies que ni vamos a nombrar porque faltaría papel. Si de algo puede presumir esta comarca, a parte de salud, buenos alimentos y simpatía, es de buenos caminos históricos, que es lo que nos ha llamado, exactamente.
Como ha llovido un poco, comienzan a despertar los arroyos, y la hojarasca, esa que nos define como socios de un club, brilla y luce jugosa; pisar hojarasca es la mejor terapia cognitiva que podemos experimentar… otra es surfear… pero no está al alcance físico-mental de todo el mundo.
Pronto comienza la llamada inconfundible del petirrojo, hábil jugador del escondite, y le acompaña al coro alguna curruca cabecinegra, y como no: el impresionante arrendajo. Vemos entre las ramas un carbonero común dispuesto a reírse de nuestras intenciones…
El vuelo en altura de algunos buitres leonados (los examinamos bien por si se escapase algo en ese pelotón) nos pone ya en alerta pajarera, y no tardamos en ver una pareja de cuervo grande. La mañana está increíble, pues las densas nieblas que nos acompañaron mientras conducíamos hasta la Sierra de Aracena, ya hace un buen rato que se disiparon, cediendo el paso a la alegría de la luz invernal.
En una de las puertas de una finca, un chiquillo espabilado y muy agradable, nos invita a practicar el negocio, en mitad del camino… y no nos podemos resistir a comprarle un kilo de ricas nueces… en la mochila hay sitio y en la cartera dinero: aceptamos el trato.
Pasamos por Castaño (del Robledo), entrando a sus casas por la calle Soledad, y acompañando las blanqueadas fachadas hasta la plaza del Álamo para emprender cuesta arriba hacia el sendero que rodea el cerro del Castaño… pero no nos íbamos a conformar ni por asomo con rodearlo… que también lo rodeamos… eso sería después de confirmar nuestra visita al segundo punto más alto de la vecina Huelva. No teníamos ni idea de que desde esta atalaya se pudiese ver el mar. ¡Que placer! El sendero de ascenso es un precioso serpenteo entre robles delgados, con un tapizado de hojarasca que provocaría la envidia del más castizo tuareg. En la cima hay un viejo vértice geodésico de maldito hormigón, pero los robles compiten por ganarle en altura… viva la natura.
Ahora un chiste malo: ya que el vuelo de los cuervos lo podríamos acompasar con los matices neomedievales de la banda Corvus Corax… cuando le pongas la oreja a estos alemanes, vas a flipar. El Cuervo grande, además de dar nombre a esta banda y de ser un ave de tamaño grande (130cms de envergadura alar) que trabaja en equipo con los enormes buitres leonados, es capaz de maniobras (como las que hemos visto en Sierra de la Plata) de ataque a especies tan fuertes como la mismísima Águila imperial ibérica, que supera por poco los dos metros de envergadura. El metal de estos chicos, sin duda merece una buena escucha… déjate cautivar; y sigamos adelante, sin más bromas.
Un sevillano mu salao fue quien (el único) nos cruzamos a pocos metros de esta hermosa y(por lo que comprobamos) poco visitada cumbre. No llevábamos un mísero track de wikiloc para llegar a la sommet, y saltamos innecesariamente a una finca privada… claro, nos dimos cuenta cuando vimos al compañero al otro lado del maldito alambre.
Arriba se comió mucho mejor que en muchos de los bares en los que hemos comido últimamente (no en Huelva). La bajada hacia el camino que va a Fuenteheridos es bastante cómoda y rápida, y aprovechamos para comernos el postre en plan silvestre. Comer no siempre tiene que ir ligado a pasar por caja… hay comida gratis en el monte, sobre todo en invierno.
Fuenteheridos… un pueblo muy acogedor, sin duda; recomendamos una visita por allí, encarecidamente. Y de aquí a Galaroza nos queda otra gran comilona silvestre… tan silvestre y comilona, que casi ni cenamos esa noche… y eso que el camino fue largo… pero bastante enriquecedor.
La cantidad de aves forestales que escuchamos, ya mereció la caminata; y la cantidad de especies de flora silvestre que disfrutamos, también ayudó a compensar la siempre tediosa labor de conducir hasta la Sierra de Aracena.
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Al principio todo eran risas y buen rollito. |
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Pero al cabo de un ratito, de subir y bajar... |
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Algo esconden estos vetustos y adornados señores. |
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Un camino realmente cómodo. |
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Incluso para ir en bicicleta. |
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El agua comienza a bajar por los arroyos, tras las escasas lluvias. |
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Huy, huy, huy... mejor no vamos a pensar mal. |
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El vehículo ideal. |
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Aportando nutrientes al suelo. |
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Recuperando calorías en el segundo techo de Huelva. |
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Y vimos el mar. |
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Esto si es oportuno. |
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Fuenteheridos. |
Nos encantan esos caminos llenos de historia y vida, gracias por compartirlo, saludos
ResponderEliminarMuchas gracias Carlos. Buen año para todos vosotros, lleno de salud... iba a decir también de montaña... pero no hace falta... habiendo salud, la montaña viene sola.
EliminarSabemos de vuestra querencia por la sierra de Huelva, a la que nosotros no vamos casi nunca, la verdad... y no está tan lejos como a priori parece. La verdad es que los caminos estaban rebosantes de alegría y de tranquilidad... a penas vimos gente paseando por allí.
Saludos cordiales.