El
valle del Genal nunca nos defrauda, y
aunque llevamos un ritmo de una visita anual, y siempre por estas fechas, no
nos parece en absoluto aburrido ni monótono, sobre todo por la diversidad de
posibilidades que ofrece sus caminos y la multiplicidad de colores de sus
paisajes.
Desde
la Bahía de Cádiz se tarda un par de horas largas en llegar a Cartajima, así
que madrugamos, para comenzar a caminar a las nueve y cuarto de la mañana.
Atravesamos
el pueblo, llamado El Cádiz Chico desde
que Fernando VII lo nombrase villa, allá por 1800. El nombre de esta pequeña
población de menos de 300 habitantes, es de origen Árabe: Al-Z´jaima, y la
mayoría de los Cartajimeños permanecían aún en sus casas cuando comenzamos
nuestra singladura, de hecho, daba reparo establecer conversación entre
nosotros debido a que se perturbaba la tranquilidad matutina con el simple
murmullo de nuestras palabras, lanzadas al viento.
Con
rumbo Sur, o Sudoeste, vamos callejeando hasta encontrar la convergencia entre
calles Alta y Nueva, saliendo de la población por un camino, en el que veremos
un cartel que nos invita a llegar a
Juzcar en una hora, y allá que nos fuimos
consultando al mejor Gps del que podemos disponer: un abuelete de 88 años que
se disponía a laborar en su parcela. Está claro, que antropológicamente
hablando, el ser humano está concebido para trabajar.
Hay
que trabajar como las obreras para estar sano, aunque a veces nos apetezca
vivir a cuerpo de rey… y este pensamiento nos lleva a una canción: I´m a King
Bee, original de Slim Harpo, un auténtico blues que ha sido versionado por el
mismísimo Muddy Waters (McKinley Morganfield), aunque hoy vamos a recordar la
versión que en 1966 hicieran Pink Floyd, poco después de que el gran Syd Barret
entrase a formar parte del grupo… porque antes de la psicodélia… pasaron por el
blues primitivo.
La
música es indispensable para la vida, pero aquí hemos venido a caminar, y
saliendo de la villa, comenzamos a bajar por una zona cubierta de castaños, que
son los encargados de dar ese toque tan especial al paisaje, al avanzar el
otoño.
Es
imposible no mencionar los tonos ocres, amarillos y verdes de los cuales
pudimos disfrutar, y como no, ese piso cubierto de hojarasca y castañas… pero
las fuertes lluvias de principios de mes, 240 litros en unas 4 horas, hicieron
estragos en la zona, y todavía se pueden ver las señales que ha dejado la
borrasca.
Al
cruzar el arroyo, vamos a ascender hasta llegar a la carretera MA-7303, que
cruzaremos, buscando un camino cementado que nos lleva hasta el pueblo azul:
Júzcar. Este pequeño pueblo destaca por el color de sus fachadas en azul en
contraste con los colores ocres de sus castaños, que la mayoría son propiedad
del ayuntamiento que tienen arrendados y también de particulares. Lo más
llamativo de este pueblo es su fábrica de hojalata, de la época de Felipe V,
pero que hoy día se encuentra en un
lamentable estado ruinoso.
No
vamos a levantar discusiones sobre las preferencias cromáticas de las fachadas
de las construcciones de este pueblo de 242 habitantes, eso es decisión de los
Juzcareños, pero desde nuestra humilde perspectiva, preferimos el blanco.
Continuamos
por la misma carretera, pues un señor oriundo del lugar nos aclaró que el
camino a Faraján se ha cerrado, por falta de tránsito, por lo tanto no perdimos
tiempo, y a lo nuestro, aunque un poco más arriba, dimos con una vereda y nos
metimos, para acortar curvas del trazado viario y caminar por nuestro medio.
Al
final descubrimos un precioso pinar, sobre un karst calizo, que seguimos hasta
dar de nuevo con la
carretera que nos llevaría a la población natal de Fray
Leopoldo de Alpandeire.
Nuestro
gps, que se había quedado sin energía, nos hizo tirar de otros recursos, mapa y
brújula, instrumentos que no hay que olvidar pues son los que siempre han
estado ahí… y estos no se quedan sin pilas.
Visitamos
sus calles con su arquitectura popular y por supuesto su Catedral, dedicada a
San Antonio de Padua, iglesia de gran tamaño con planta de tres naves. Tiene un
tamaño descomunal para un pueblo de 279 habitantes, y los Panditos están
orgullosos de que sea llamada la catedral de la serranía. En su interior
bautizaron a Francisco Tomás (Fray Leopoldo).
Hasta
aquí llevamos caminados unos diez kilómetros, y ahora vamos a buscar una
posibilidad de unir este punto con Cartajima, para lo cual, bajamos entre
estrechas callejas decoradas con macetas ornamentales y de un blanco impoluto hacia el Norte, y al
dar con el cauce de un arroyo, seco, a pesar de la cantidad de litros que
bajaron aquella noche por esta vaguada, lo tomamos en sentido ascendente, tras
consultar el plano.
Por
este cauce, nos acercamos a la carretera, para cruzarla, y continuar por el
barranco, entre karst y
roquedos de caliza pura, con rumbo Norte, al principio
y que va girando a NE. Este tramo, aunque un poco dificultoso, llevaba un rumbo
certero hasta conectar con una pista de tierra, que nos lleva a Los Riscos.
Vamos
bordeando el torcal de los Riscos que deja
al descubierto su aspecto ruiniforme, producido por los agentes meteorológicos,
y que se extiende por la sierra del Oreganal, entre los términos de Cartajima y
Júzcar. Las características geológicas de este torcal son iguales que las que
podemos ver en el torcal
de Antequera, sólo que éste es menos conocido, pero estas
rocas marinas encierran unas bonitas dolinas, lapiaces, cuevas… todo un
entramado de rocas kásticas que te invitan a adentrarte en su interior.
En sus alrededores se pueden observan todavía las antiguas eras donde los agricultores
de la zona trillaban el cereal. Seguimos nuestro camino que nos lleva a la
carretera de Cartajina, por donde tuvimos que caminar unos metros, hasta llegar
a nuestro punto de partida: Cartajima
Bonitos pueblos, precioso los riscos, y bien documentada la entrada. Enhorabuena. Y Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, Salva, por leer el tocho.
ResponderEliminarVaya colores nos regala el otoño! Preciosas fotos. Un beso para los dos :)
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