domingo, 2 de diciembre de 2012

CARTAJIMA-JÚZCAR-ALPANDEIRE



El valle del Genal nunca  nos defrauda, y aunque llevamos un ritmo de una visita anual, y siempre por estas fechas, no nos parece en absoluto aburrido ni monótono, sobre todo por la diversidad de posibilidades que ofrece sus caminos y la multiplicidad de colores de sus paisajes.
Desde la Bahía de Cádiz se tarda un par de horas largas en llegar a Cartajima, así que madrugamos, para comenzar a caminar a las nueve y cuarto de la mañana.
Atravesamos el pueblo, llamado El Cádiz Chico  desde que Fernando VII lo nombrase villa, allá por 1800. El nombre de esta pequeña población de menos de 300 habitantes, es de origen Árabe: Al-Z´jaima, y la mayoría de los Cartajimeños permanecían aún en sus casas cuando comenzamos nuestra singladura, de hecho, daba reparo establecer conversación entre nosotros debido a que se perturbaba la tranquilidad matutina con el simple murmullo de nuestras palabras, lanzadas al viento.
Con rumbo Sur, o Sudoeste, vamos callejeando hasta encontrar la convergencia entre calles Alta y Nueva, saliendo de la población por un camino, en el que veremos un cartel que nos invita a llegar a 


Juzcar en una hora, y allá que nos fuimos consultando al mejor Gps del que podemos disponer: un abuelete de 88 años que se disponía a laborar en su parcela. Está claro, que antropológicamente hablando, el ser humano está concebido para trabajar.
Hay que trabajar como las obreras para estar sano, aunque a veces nos apetezca vivir a cuerpo de rey… y este pensamiento nos lleva a una canción: I´m a King Bee, original de Slim Harpo, un auténtico blues que ha sido versionado por el mismísimo Muddy Waters (McKinley Morganfield), aunque hoy vamos a recordar la versión que en 1966 hicieran Pink Floyd, poco después de que el gran Syd Barret entrase a formar parte del grupo… porque antes de la psicodélia… pasaron por el blues primitivo.


La música es indispensable para la vida, pero aquí hemos venido a caminar, y saliendo de la villa, comenzamos a bajar por una zona cubierta de castaños, que son los encargados de dar ese toque tan especial al paisaje, al avanzar el otoño.
Es imposible no mencionar los tonos ocres, amarillos y verdes de los cuales pudimos disfrutar, y como no, ese piso cubierto de hojarasca y castañas… pero las fuertes lluvias de principios de mes, 240 litros en unas 4 horas, hicieron estragos en la zona, y todavía se pueden ver las señales que ha dejado la borrasca.


Al cruzar el arroyo, vamos a ascender hasta llegar a la carretera MA-7303, que cruzaremos, buscando un camino cementado que nos lleva hasta el pueblo azul: Júzcar. Este pequeño pueblo destaca por el color de sus fachadas en azul en contraste con los colores ocres de sus castaños, que la mayoría son propiedad del ayuntamiento que tienen arrendados y también de particulares. Lo más llamativo de este pueblo es su fábrica de hojalata, de la época de Felipe V, pero que hoy día se encuentra en un  lamentable estado ruinoso.


No vamos a levantar discusiones sobre las preferencias cromáticas de las fachadas de las construcciones de este pueblo de 242 habitantes, eso es decisión de los Juzcareños, pero desde nuestra humilde perspectiva, preferimos el blanco.


Continuamos por la misma carretera, pues un señor oriundo del lugar nos aclaró que el camino a Faraján se ha cerrado, por falta de tránsito, por lo tanto no perdimos tiempo, y a lo nuestro, aunque un poco más arriba, dimos con una vereda y nos metimos, para acortar curvas del trazado viario y caminar por nuestro medio.
Al final descubrimos un precioso pinar, sobre un karst calizo, que seguimos hasta dar de nuevo con la 


carretera que nos llevaría a la población natal de Fray Leopoldo de Alpandeire.
Nuestro gps, que se había quedado sin energía, nos hizo tirar de otros recursos, mapa y brújula, instrumentos que no hay que olvidar pues son los que siempre han estado ahí… y estos no se quedan sin pilas.
Visitamos sus calles con su arquitectura popular y por supuesto su Catedral, dedicada a San Antonio de Padua, iglesia de gran tamaño con planta de tres naves. Tiene un tamaño descomunal para un pueblo de 279 habitantes, y los Panditos están orgullosos de que sea llamada la catedral de la serranía. En su interior bautizaron a Francisco Tomás (Fray Leopoldo).


Hasta aquí llevamos caminados unos diez kilómetros, y ahora vamos a buscar una posibilidad de unir este punto con Cartajima, para lo cual, bajamos entre estrechas callejas decoradas con macetas ornamentales  y de un blanco impoluto hacia el Norte, y al dar con el cauce de un arroyo, seco, a pesar de la cantidad de litros que bajaron aquella noche por esta vaguada, lo tomamos en sentido ascendente, tras consultar el plano.
Por este cauce, nos acercamos a la carretera, para cruzarla, y continuar por el barranco, entre karst y 


roquedos de caliza pura, con rumbo Norte, al principio y que va girando a NE. Este tramo, aunque un poco dificultoso, llevaba un rumbo certero hasta conectar con una pista de tierra, que nos lleva a Los Riscos.

Vamos bordeando el  torcal de los Riscos que deja al descubierto su aspecto ruiniforme, producido por los agentes meteorológicos, y que se extiende por la sierra del Oreganal, entre los términos de Cartajima y Júzcar. Las características geológicas de este torcal son iguales que las que podemos ver en el torcal 


de Antequera, sólo que éste es menos conocido, pero estas rocas marinas encierran unas bonitas dolinas, lapiaces, cuevas… todo un entramado de rocas kásticas que te invitan a adentrarte en su interior. 


En sus alrededores se pueden observan todavía las antiguas eras donde los agricultores de la zona trillaban el cereal. Seguimos nuestro camino que nos lleva a la carretera de Cartajina, por donde tuvimos que caminar unos metros, hasta llegar a nuestro punto de partida: Cartajima


3 comentarios:

  1. Bonitos pueblos, precioso los riscos, y bien documentada la entrada. Enhorabuena. Y Gracias.

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  2. Gracias a ti, Salva, por leer el tocho.

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  3. Vaya colores nos regala el otoño! Preciosas fotos. Un beso para los dos :)

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