No era ni siquiera diciembre, si no noviembre, cuando un día de diario, pues en fin de semana es complicado, que nos atrevimos a disfrutar de la compleja geología de la Garganta Verde, para la cual hay que solicitar autorización al Parque. Intenté pedir otra autorización para Llanos del Rabel, y no podía… claro, ya tenía una para ese día… así que lo hicimos con otro nombre… y con ambos permisos en el bolsillo, nos fuimos al Puerto de las Palomas, en pleno corazón del Parque Natural Sierra de Grazalema.
Se habían medido unos 300 litros en la semana previa a nuestro atrevimiento, pero eso no significó nada.
Empiezo a describir esta osadía y no se me van los recuerdos de Robe de mi maldita cabeza. Robe ha sido, no una parte de nuestras vidas, si no un todo. El amor por Robe queda reflejado en muchas de nuestras pasiones, y muchas han sido las veces que en este rincón etéreo nos hemos atrevido a entrelazar nuestras toscas letras erráticas con la poesía de alguien que para nosotros ha significado tanto… tanto, tanto… tanto, tanto, tanto.
No tengo ganas de hablar, ni de la Garganta Verde, ni de los Llanos del Rabel. Sólo tengo en mi corazón espacio para el amor… para el amor hacia nuestro querido Robe; una persona realmente incomparable, irrepetible, necesaria, transgresora, valiente, inteligente… el mundo no hubiera sido el mundo si no hubiese existido Roberto Iniesta, extremeño de Plasencia, de donde vino la ciencia, según acuña Marea, de la voz de Kutxi Romero. Hago una parada en la escritura y miro por la ventana… veo un avión roquero… un pájaro… Robe siempre mostró pasión por los pájaros y lo reflejaba tanto en sus letras como en sus portadas… las de sus discos. Quizá esta afición tardía a la observación de aves, sea el arbolito de aquella semilla que sembró Robe desde un principio en nuestros corazones, que como una regadera hizo que la hierba brotara… aunque tardase en crecer… nunca fue tarde… ama, ama, ama y ensancha el alma… ama las aves… la montaña… las personas que te hacen sentir bien… a las otras, ódialas o ignóralas… mejor lo segundo… no seas como ellos.
Podría estar escribiendo sobre Robe hasta que comience la migración prenupcial y el deshielo… pero es 12 de diciembre y no queremos alargar tanto este duelo. Duelo que comienza el 9 de diciembre de 2025 con la muerte de Jorge Martínez… recuerdo a mi difunto padre cantando a grito pelao: Soy un macarra, soy un hortera, voy a toda ostia por la carretera… mi padre tendría ahora 79 años, y estoy completamente seguro que hubiese escuchado Mayéutica más veces que yo… que ya es difícil. Nos iremos de este mundo y nos perderemos muchas cosas… pero hemos tenido la fortuna de vivir contemporáneamente a Robe.
Y no os vais a creer lo que nos pasó esa mañana… vimos un pájaro negro de pico anaranjado, y nos despertó con su canto… nos habíamos levantado sin ganas… pero dejamos el coche en el aparcadero habilitado en la entrada de la vereda de la puerta que baja a la Garganta Verde, y empezaron a cantar los pajarillos… las currucas cabecinegras, los petirrojos europeos, los colirrojos tizones, los carboneros comunes… rodeados de pino, de matorral mediterráneo y de algún espontáneo Abies pinsapo que desafía la ladera soleada. Pasamos junto a paredes desplomadas de tinte anaranjado, donde los aviones roqueros desafían al viento y a nosotros mismos, y poco a poco los buitres leonados van despertando de su inactividad mañanera, adornando el cielo y buscando una Luna.
El cauce estaba sorprendentemente seco, y llegamos, barranqueando, hasta la conocida como Cueva de la Ermita, que se trata de una gigantesca bóveda caliza impresionante, que empequeñece al más valiente de los mortales.
Julio amaba las pastillas, rojas, verdes y amarillas, lo encontraron frío dentro la farmacia (Ilegales)… y para no perecer en este maravilloso enclave sombrío, inhóspito como pocos, tomamos un té y volvimos hacia el aparcamiento, ascendiendo un montón de metros de desnivel… los que acabábamos de descender. Vimos alguna chova piquirroja, que además, nos deleitó con su voz, y los buitres leonados comenzaban a volar, como esa nube, que sube si viene un viento que la ayude.
No conformes con la Garganta Verde, subimos al coche para acercamos a la entrada del camino que llega a los Llanos del Rabel (del Revés), y al mirar al espejo, vi que había un tipo que me miraba con cara de conejo… como buen macarra y bastante hortera, fui a toda ostia por la carretera.
Nunca habíamos estado en estos llanos, a los cuales se llega por una pista ancha que rodea al cerro de los Ballesteros hasta cruzar el arroyo del Pinar. El sendero de los pinsapos lo dejamos para otro día, y es lo más interesante… pero era hora de comer cuando arribamos a la fuente, donde hay unos bancos que utilizamos de mesa con tranquilidad y alevosía… hasta que llegó un zorro. No nos gusta alimentar animales salvajes… intenté echarlo, pero sus ganas de llevarse algo a la boca delante de la cámara fotográfica que usaba Isabel sin parar de reír, consiguió clavarle los dientes a la fiambrera de silicona, donde hasta hacía un rato había queso extremeño (es zorro, no idiota, como la mayoría de la gente)… huyó mirando hacia atrás… 500 años durará esa cosa verde en aquel bosque de pinsapos… pero, ¿y lo bien que se lo pasó el zorro? La próxima vez, le daré algo de comer… total, no vamos a cambiar este maldito mundo. Ni siquiera haberle gritado: ¡Oye, tú, no te acerques demasiado, busco pelea y estás a mi lado!… sirvió para algo.
Dos pequeñas caminatas en un mismo entorno protegido y en el mismo día, como dos muertes de dos grandes artistas casi en el mismo día. Echaremos de menos esa arrogante sabiduría de Jorge, esa templanza, esa falta de miedo y ese saber ir hacia la muerte con elegancia, al igual que esa sensibilidad demostrada tras aquellos maravillosos años de macarra de barrio y de locales de ensayos, esa manera de poner música transgresora a bellas poesías idealizadas… que como nadie hizo Robe… y mirando bien de frente ese último disco, donde dice que se lo lleva el aire… que necesita que vengas y lo abraces… igual sería que el maestro ya sabía algo.
Descansen en paz y para siempre, y que su música nos siga acompañando hasta que estemos agotados de esperar el fin… el fin de esta puta humanidad... y para ello, dejamos la ventana sin cerrar y la puerta abierta... por si decidiera regresar.
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| Así de ancha es la parte superior de la garganta. |
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| Arriba están los posaderos de buitres, nidos de aviones y de chovas. |
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| Si te vas, me quedo en esta calle sin salida. |
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| Hay carteleria que ruega silencio, por nidificación. |
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| Existen tramos muy urbanizados. |
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| Y otros donde los buitres a nuestro paso, permanecen posados. |
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| Parece un salto de una pared a otra. |
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| Yo soy quien espía los juegos de los niños. |
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| No me importa que me claves como un Cristo en la pared. |
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| Y bajamos al cauce del río, y no nos faltó de comer. |
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| En la Cueva de la Ermita. |
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| Hacía unos 20 años, y no sabía ni cuantas noches llevaba sin dormir. |
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| Y aquella vez, continué por ahí... pero hoy, media vuelta. |
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| Saborear, si tu me das, todo tiene sentido. |
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| Pillamos el primer rayo que entró a la garganta. Tampoco es que me importe. |
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| Helado en el parque, sueño con el vestido rosa que llevabas al caer. |
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| Una estupenda pared de la que colgarse. |
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| Nos vamos despidiendo de la garganta Verde. |
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| Recordando que un buitre no come alpiste. |
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| Quejigos, camino de los llanos del Rabel. |
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| Viviendo a la orilla de un río, pensando en sus amoríos, hay un sauce llorón que canta. |
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| Me deshojaría por ti, aunque no quieras venir, que yo no entiendo de distancias. |
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| Tú, tratando de entender ¿Qué he venido a buscar? |
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| Perdí el gobierno de mis propios actos. |